1 de enero de 2013

EDITORIAL



            Dicen los analistas que el ambiente político tiende a “polarizarse” alrededor del tema de la revocatoria próxima a realizarse y donde nos arrancarán un sí o un no. Nos viene a la memoria las circunstancias en que las elecciones presidenciales estaban próximas, y al actual presidente lo habían convertido en un “cuco” del sistema, con la hija de Fujimori también favorita en la contienda. Entonces, nuestro premio nobel, Mario Vargas Llosa, salió a decir que no sabría preferir entre el cáncer y el sida.
            Como sabemos, la balanza se inclinó a favor del que ofreció la “gran transformación” y después cambió de ruta. Y justamente es en esa atmósfera, en ese clima “progresista” donde todos pusimos nuestro corazoncito votando por él, que la izquierda a la que muchos llaman “caviar” hizo coro en torno a la candidatura por la alcaldía de Susana Villarán. Lima volvió a “respirar”, después de saber que la era Castañeda había llegado a su fin.
            Pero al poco tiempo ambos se fueron aislando más y más de la población, de su conjunto base, de su ideario social, y volvieron al nervio de esa burguesía que se pelea entre sí, para demostrar que cada cual tiene una razón, en todos los casos para reafirmarse en la acumulación originaria a que están comprometidos visceralmente, en el acuerdo unánime de una súper explotación de la masa laboral.
            Y allí están, cada vez más parecidos a sus caricaturas, apostando que sus encuestas pueden hacernos creer que tienen la simpatía de las multitudes nacionales. Y aquella que le metió bala, palo y caballo al pueblo, a los trabajadores más humildes, acusados de lumpenazgo, aquellos que a hombro pelado construyeron ese famoso mercado “La Parada”, esa misma es la que ahora invoca al pueblo buscando su apoyo.
            ¿Cuál es la diferencia en esa disyuntiva? Ninguna. Son los mismos. Son diferentes representantes de la misma clase, con distintos ropajes. Aunque lo obliguen a votar, esa apuesta no es la del pueblo trabajador. Ese asunto no compete a los que a diario verifican que solo en el último trimestre todo ha subido casi el 50%, a los que viven presionados por las deudas, a la inmensa mayoría en
el campo y la ciudad.
            Este país está polarizado desde su origen. Cuánto más si sus gobernantes se resisten a la política, y es el garrote lo que esgrimen para solucionar los problemas. Y el fantasma de la insurrección late diariamente. Hay muchos problemas pendientes en el Perú, y el principal es la memoria histórica, (¿cómo nos pusimos así?).
            Por eso ciertamente, como ahora lo esgrime también el general Wilson Barrantes, persistimos en una solución política.











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