En las calles de Lima a veces el transeúnte es estremecido por una marejada de color llenando palabras enormes, y otras veces imágenes elocuentes, significativas en medio de la escena diaria. Puede ser en las paredes de las casas, sin que el propietario lo haya autorizado, puede ser en los paraderos y hasta en los puestos de periódicos. Son dibujos que no tienen firma, otros sí, y algunos son trabajos de reconocidos grafiteros.

Ahora que en el Perú vivimos el estruendo de las campañas electorales, y no tiene límite la propaganda, no sería extraño que los jóvenes grafiteros pongan su talento al servicio de la reflexión, y se conviertan en pioneros de un nuevo muralismo, de uno que a pesar de la fugacidad, trasmita verdades al servicio del pueblo.
Mario Arrunátegui