27 de mayo de 2011

1° DE MAYO: HISTÓRICA JORNADA POR LAS OCHO HORAS

Hacia fines del siglo XIX, en Europa y Estados Unidos la burguesía mundial, en el esplendor de la denomina­da “revolución industrial”, se afianza en el poder a tra­vés de la producción en procesos altamente mecaniza­dos, desterrando para siempre una economía basada en la agronomía. El proceso de industrialización produjo el concurso de muchos hombres-fuerza y a su vez una gran proletarización, así como consecuencias abrumadoras en todos los ámbitos de la vida cotidiana. A Chicago, la segunda ciudad más poblada de EEUU, llegaban por fe­rrocarril miles de ganaderos y campesinos desocupados, migrantes de todo el mundo, buscando emplearse en las numerosas fábricas donde las nuevas tecnologías logra­ban extraordinarios records de superproducción, pagando salarios miserables.

Las jornadas laborales eran de 12, de 14 y hasta de 16 ho­ras. Como es evidente, aquella superproducción, aquella acumulación de capital, que dio lugar al poderío norte­americano estaba basada en la sobreexplotación de los trabajadores. Por lo cual, ya desde 1829 en Nueva York los trabajadores exigían una jornada de ocho horas según la máxima popular de aquel tiempo “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para el hogar”. Pero es en el IV Congreso de la American Fede­ration of Labor (Federación Estadounidense del Trabajo), realizado el 17 de octubre de 1884 donde los trabajadores organizados emplazaron a los patrones y establecieron que desde el 1ro de mayo de 1886 solo trabajarían ocho horas.

En este alto nivel de contradicción social y determinación obrera, a medida que se acercaba el plazo, las autoridades como los medios de comunicación al servicio de los pa­trones desdeñaron y ridiculizaron la exigencia, pero los trabajadores se reafirmaron en la justicia de su demanda, y se prepararon para esta histórica jornada. El 1° de mayo de 1886, en Chicago, 400,000 trabajadores iniciaron la huelga que se extendió en todos los sindicatos del país. Tratando de dividir el movimiento, las fábricas contratan scabs (amarillos), pero los trabajadores persisten movili­zándose los días 2 y 3, enfrentándose a los rompehuelgas y a la policía que disparó a quemarropa a la multitud, de­jando decenas de muertos y heridos.

De inmediato, la prensa popular denuncia el hecho, pro­clama firmemente su adhesión a las luchas del pueblo y convoca a persistir reuniéndose al día siguiente en el par­que Haymarket. El 4 de mayo, 20,000 trabajadores se reúnen allí a pesar del esfuerzo de la policía de impedir su presencia. Llegan refuerzos y 180 policías armados enfrentan a la masa que al poco rato los cercan. Esta­lla un explosivo. La policía dispara a la muchedumbre a ciegas, matando e hiriendo a un número hasta ahora desconocido de obreros.

Hay convulsión general en todo el país. Todo el mundo rechaza estos crímenes. El gobierno declara el estado de sitio y toque de queda. La policía detiene a centenares de sospechosos de adherir al movimiento, son torturados y golpeados. La prensa burguesa reclama juicio sumario y escamentador para los dirigentes del movimiento obre­ro: “Qué mejores sospechosos que la plana mayor de los anarquistas. ¡A la horca los brutos asesinos, rufianes ro­jos comunistas, monstruos sanguinarios, fabricantes de bombas, gentuza que no son otra cosa que el rezago de Europa que buscó nuestras costas para abusar de nuestra hospitalidad y desafiar a la autoridad de nuestra nación, y que en todos estos años no han hecho otra cosa que proclamar doctrinas sediciosas y peligrosas!”

Pronto, poco más de un mes después, el 21 de junio se inició la causa contra 31 responsables, que luego fueron 8. Las irregularidades en el juicio fueron tantas -violación de todas las normas procesales de forma y fondo- que ha llegado a ser calificado como ejemplar juicio farsa. Los juzgados fueron declarados culpables. Tres de ellos con­denados a cadena perpetua y cinco a la horca.

Pero hacia fines del mismo año, en medio de mutuas acu­saciones y polémicas, muchos sectores patronales en la mayor cantidad de estados norteamericanos suscribieron las ocho horas como límite para una jornada de trabajo.

A pesar del inmenso dolor, el proletariado había cumplido su tarea, abriéndose paso en la historia.
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Relato de la ejecución por José Martí, corresponsal en Chicago del periódico “La Nación” de Buenos Aires (Argentina).

“…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con es­posas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los ca­tecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha. Spies grita: “¡la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora!”. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balan­cean en una danza espantable…”

Federico Engels en el prefacio de la edición ale­mana de 1890 de El Manifiesto Comunista dice:

“Pues hoy en el momento en que escribo estas líneas, el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas movilizadas por vez primera en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objeti­vo inmediato: la fijación legal de la jornada normal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el V Congre­so de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso Obrero de París. El espectá­culo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terra­tenientes de todos los países que, en efecto, los prole­tarios de todos los países están unidos. ¡Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos!”
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LAS OCHO HORAS EN EL PERU

Es recién en enero de 1919 que el proletariado peruano conquista su derecho a las 8 horas de trabajo. La revolución bolchevique ha­bía triunfado en 1917, pero el proletariado peruano carecía de un partido que orientara sus luchas. Sin embargo la aparición de la in­dustria moderna en los sectores textil, alimenticio, minero y agrí­cola, junto a los panificadores, portuarios, gráficos y ferrocarriles con un caudal enorme de trabajadores constituyó la fuerza social fundamental para este logro que se produjo en medio de intensa lucha. Las condiciones de trabajo eran deplorables, se trabajaba de 10 a 16 horas, el alza del costo de vida hacía que la alimentación fuera pésima, y por igual trabajaban hombres, mujeres y niños.

La primera huelga exigiendo la reducción de la jornada de traba­jo, aumento de salarios y mejora de la alimentación se produjo en 1896, por trabajadores de una fábrica textil del grupo Grace en Vitarte. En vista del fracaso, buscaron la comunicación con otros sectores proletarios y trabajadores de las haciendas, así como con intelectuales que simpatizaban con sus luchas. En 1904 se produce una enérgica huelga de portuarios, al año siguiente los trabajadores del pan convocan un acto de memoria por los mártires de Chicago, y acuerdan luchar por la jornada de 8 horas. En 1911 se desarrolla en Lima el primer paro general en solidaridad con los obreros de Vitarte que habían sido masacrados por las tropas del gobierno. El 25 y 26 de mayo de 1912 se produjo otro gran paro general.

En 1913 otro paro general fue iniciado por los metalúrgicos, tex­tiles, portuarios y panaderos, en apoyo a la Unión de Jornaleros del Callao que exigían las 8 horas de trabajo y se oponían al alza del costo de vida. Ante la contundencia de este paro, el gobierno decretó estado de sitio en la capital y el Callao. Desde enton­ces en adelante, el gobierno y los capitalistas que representaba vivieron en permanente tensión pues la clase obrera y los tra­bajadores no cesaron de luchar por este derecho. Hasta que el 15 de enero de 1919, en el transcurso de un paro general, el go­bierno de José Pardo oficializó las 8 horas como jornada laboral.

En la actualidad, en el Perú y el mundo, conculcados los derechos fundamentales de los trabajadores, y entre ellos su derecho a la jornada de ocho horas, éstos tienen el de­safío de organizarse en la lucha por esta recuperación.

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