No voy a decir nada nuevo. Ya el conocido crítico literario Terry Eagleton fue muy claro al declarar “el fútbol, ese leal amigo del capitalismo” en un penetrante artículo en The Guardian(1) . Y Patrick Bond, uno de los más importantes intelectuales sudafricanos, escribió un amargo ensayo sobre cómo la economía transnacional se ha engullido el mundial de un bocado(2) . Y quien haya leído a Eduardo Galeano -ensayista tan antiimperialista como futbolero- sabrá perfectamente su opinión sobre toda esta parafernalia empresarial. Así que solamente ordenaré algunas ideas básicas para una discusión que debiéramos hacer en el Perú y que brilla por su ausencia.
El Mundial de Fútbol es un bonito negocio para un pequeño círculo de transnacionales financieras y mediáticas que sólo les interesa hacer utilidades al margen del desarrollo deportivo. El comité organizador del Mundial sólo le rinde cuentas a la presidencia de la FIFA, quien goza de privilegios legales y exenciones tributarias durante el torneo. La FIFA monopoliza los pingües beneficios de los contratos televisivos, los sponsors y los derechos de imagen. O para ser más puntuales: El ciudadano sudafricano no ve un solo dólar (en su caso, ni un solo rand) del inmenso banquete empresarial que se festinan durante el mes y medio de competencia.
Así, la FIFA vende los derechos televisivos a un pool transnacional del cable que encarece artificialmente los precios de emisión al resto del mundo. Y se ha producido un inmenso despilfarro en infraestructuras (Ciudad del Cabo y Durban, que contaban con amplios estadios, construyeron otros carísimos, para situarlos en sus zonas residenciales). Despilfarro que poco ha servido a su sociedad: Sudáfrica está entre los 10 países con mayor desigualdad del globo, tiene una tasa de desempleo cercana al 25% y cuatro de cada 10 sudafricanos vive con menos de dos dólares diarios. Eso sí, Sudáfrica es un paraíso para inversores extranjeros, su Bolsa de Valores es por su tamaño la número 18 en el mundo y gracias a privilegiadas relaciones comerciales con Asia se ha convertido en un importante receptor de flujos de capital (¿A qué otro país nos suena esto?).
Además resulta irónico que la canción oficial del Mundial no haya sido compuesta o interpretada por sudafricanos (máxime si sabemos que Sudáfrica es una auténtica potencia musical) sino por esa colombiana que gusta de cantar con falsete y gorgoritos.
La FIFA es uno de los clubes más exclusivos del mundo. Poco más de dos mil personas en más de doscientos países manejan una ganancia global de más de mil millones de dólares al año. Solamente los 24 integrantes del Consejo de la FIFA (que suelen pasarse casi quince años en el mismo cargo) ganan cada uno más de cincuenta mil dólares mensuales. ¿Por qué creen que la FIFA se opone a que la fiscalicen los Estados? ¿Por qué creen que Manuel Burga –el hombre de la FIFA en el Perú- se ríe abiertamente de las amenazas gubernamentales de destitución?
Quien crea que exagero, les invito a leer Foul, el mundo secreto de la FIFA: sobornos, falsificación de votos y escándalo de entradas escrito en el 2006 por Andrew Jennings, uno de los periodistas de investigación más serios del Reino Unido y de lectura obligatoria para ese erial mermelero que es el periodismo (deportivo) peruano.
Pero las excelentes relaciones entre el capital internacional y las mafias políticas son posibles por una tercera pata del trípode que es la sociedad del espectáculo, es decir, el actual clima cultural de imágenes y apariencias sublimadas de las mercancías y que se han apoderado de nuestro lenguaje, nuestro discurso y a veces hasta nuestra conciencia. En la sociedad del espectáculo el discurso colorido de las imágenes ha arrinconado a la razón crítica o, como decía el viejo Debord, se completa la colonización de la vida social por parte de la mercancía. Así, pese a todo lo mencionado, gobiernos y masas enteras siguen disputándose el honor de ser sede mundial de este tipo de torneos, aunque sea en su versión de entrecasa, como nos tocó cuando Toledo organizó la Copa América y el mundial de chibolos del 2005.
Ahora el Estado está despilfarrando millones en reconstruir un Estadio Nacional para que allí Alan García se despida espectacularmente. Millones que podrían invertirse en piscinas, gimnasios o pistas de atletismo para colegios públicos. Se habla de organizar Panamericanos cuando no tenemos ni un decente torneo nacional de basket, desconocemos casi una decena de deportes olímpicos y nuestros ajedrecistas tienen que mendigar donaciones al sector privado para poder desplazarse a algún torneo regional.
Desde un punto de vista progresista, es nuestro deber cambiar radicalmente nuestra filosofía del deporte y su papel en la sociedad. Tenemos que volver a fijarnos en la persona humana y en la iniciativa ciudadana. Ver el deporte no como un espectáculo de masas sino como una parte más de un sistema educativo de calidad para todos. Pero también una filosofía que proponga transparencia en el ejercicio público y combata abiertamente las mafias, las argollas y los compadrazgos que han destruido el fútbol profesional peruano y nos han convertido en el hazmerreír en la mayoría de las competencias internacionales de casi cualquier otro deporte. ¿Eso es mucho pedir?
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1 The Guardian, 15 de junio. Una versión traducida puede verse en http://ahoraeducacion.com/2010/07/13/ese-leal-amigo-del-capitalismo-por-terry-eagleton/
2 Ver aquí: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=108704&titular=world-cup-inc.-tarjeta-roja-para-la-fifa-y-las-elites-sudafricanas
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