Una ola de violencia, como no se había visto en varias décadas, se desató en las habitualmente apacibles calles de Londres, capital de Inglaterra, uno de los países más ricos del mundo. Es en el marco de la crisis general que sufre el sistema capitalista que cientos de jóvenes, demandando empleo y rechazando el recorte económico a los servicios públicos, tomaron las calles de la ciudad y expresaron enérgicamente su repudio a una política que descarga la crisis sobre sus hombros y sobre sus esperanzas de vivir en una sociedad que satisfaga sus necesidades más elementales.
Durante cinco días, con más de cinco muertos, cientos de detenidos y heridos, tanto de la población civil como de policías, además de decenas de autos y establecimientos incendiados, saqueos y paralización del transporte, las ciudades de Londres, Manchester y Birmigham (la segunda ciudad más poblada de Inglaterra) vivieron el enfrentamiento de miles de jóvenes contra 16, 000 efectivos policiales desplegados para contener la protesta. La gravedad de la situación hizo que las autoridades interrumpieran sus vacaciones de verano y volvieran inmediatamente. Sin embargo, al volver de su veraneo en Italia, el primer ministro británico, David Cameron, como la ministra del interior, Theresa May, calificaron de “delincuentes comunes” a los actuantes, y ordenaron redoblar su esfuerzo represivo.
Muchos centros comerciales, “pubs” y teatros de las ciudades más importantes cerraron y suspendieron sus actividades hasta nuevo aviso. Londres, capital mundial del teatro comercial, vio afectadas sus ganancias por efecto de la paralización de las funciones teatrales, ante el temor del recrudecimiento de nuevas disturbios y la recomendación a los turistas de abstenerse de salir a las calles. Según los testigos, por la trascendencia de esta protesta popular, se trata del mayor “desorden social” conocido en la capital británica desde la segunda guerra mundial. Sin ninguna duda, el escenario de los próximos juegos olímpicos 2012, con el protagonismo de estos miles de jóvenes descontentos con el sistema, justamente en el corazón financiero del mundo, es una señal política a tener en cuenta pues estas luchas forman parte de la revolución proletaria mundial, época en la que actualmente vivimos.
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