En junio de 1965 Jorge Bravo Bresani y Sebastián Salazar Bondy organizaron en el recién fundado Instituto de Estudios Peruanos, un ciclo de conversatorios o “mesas redondas” que tuvo como tema las relaciones que se establecían entre la creación literaria y las ciencias sociales.
En la segunda de estas reuniones se discutió, con la propia presencia del autor, la novela “Todas las sangres” que José María Arguedas acababa de publicar. A la reunión asistieron reconocidos críticos y científicos sociales como Henri Favre, Matos Mar, Alberto Escobar, José Miguel Oviedo, Aníbal Quijano, entre otros.
Arguedas, también antropólogo, ya era un reconocido escritor, que exponía su labor literaria con un proyecto ambicioso en su novela “Todas las sangres” donde pretendía reflejar las contradicciones fundamentales del país de aquellos años. Prácticamente, el acuerdo unánime de estos críticos y científicos sociales fue que dicha obra no reflejaba la realidad. A excepción de Alberto Escobar, la crítica fue muy dura con el libro y dada la sensibilidad de Arguedas, se dice que contribuyó a su suicidio.
Las relaciones entre la realidad y la ficción en una obra artística no son mecánicamente equiparables, aún cuando es verdad que la gran fuente de toda obra es el enorme manantial que nos ofrece en cada momento la realidad y, concretamente, las contradicciones de las masas en su esfuerzo por construir un status que favorezca su existencia como colectividad, en contraposición a intereses casi siempre individuales o de grupos que propician ganancias particulares, es decir, burgueses.
En el libro, Arguedas muestra las luchas del campesinado en contra de una feudalidad asfixiante. Si bien no propone la salida social que pretendían sus críticos, su condición de hijo del pueblo lo lleva a condenar al imperialismo y a idealizar el pasado encarnando en Rendón Wilca, su héroe campesino-obrero, la joven conciencia del Perú que daría el nuevo cauce que buscaba su colectividad. Sin embargo, a éste miembros del ejército lo matan, pero antes anuncia los tiempos que se avecinaban. Solamente Arguedas, a pesar de las críticas que recibiera en esta mesa, puedo comprender y anunciar la necesidad de resolver los lastres sociales que la feudalidad y la semi feudalidad significaban para el desarrollo del Perú. Veinticinco años después, en 1980, una violenta guerra, emprendida por el Partido Comunista, con el protagonismo principal del campesinado, barrió con el mundo que describe Arguedas en su novela.
Y sin embargo, en la nueva configuración social que se presenta actualmente, aún “Todas las sangres” se reedita en las decenas de pueblos y comunidades intervenidas por capitales imperialistas, dispuestos a explotar el mineral subyacente en sus tierras, y la firme movilización de estos pueblos en contra de tal propósito. Bagua, Tía María, Huaraz, entre otros muchos ejemplos, nos devuelven a la vigencia del libro y a la inmortalidad de su autor.
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