El caso de la mina Famatina, en la Rioja, recorre en estas semanas las portadas de ciertos medios nacionales y redes sociales y el debate se instala poco a poco en la opinión pública. Cabe preguntarnos ¿en qué radica el problema minero más allá de este caso puntual?
El problema ambiental de la minería surge con un nuevo modo de explotación que se implementa a partir de los años ‘90 del siglo XX. Anteriormente, el modelo extractivo, comenzado en el siglo XIX, consistía en estudiar las zonas donde se encontraba concentrado gran cantidad de mineral y se procedía a cavar túneles para realizar la tarea extractiva. Esto no generaba mayores contiendas ambientales, sobre todo porque en aquel entonces no existía una conciencia conservacionista del entorno. Los únicos problemas tenían que ver con la seguridad y salud de los trabajadores mineros.
La Argentina, a diferencia de otros países cordilleranos como Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, entre otros, nunca se caracterizó por ser un país minero, porque los gobernantes de aquel entonces apostaron a un modelo agrícola-ganadero que convertiría al país en “granero del mundo”. No hace falta demasiada ciencia para entender que dinamitando una montaña se provoca una seria alteración en al ecosistema. Por otra parte, para tales explotaciones, las mineras utilizan miles de litros diarios de agua dulce que extraen de estas zonas, justamente caracterizadas por su escasez. Así, dejan sin el sustento principal de vida a muchísimos pobladores aledaños. Por otra parte, los minerales extraídos son lavados con cianuro (para depurarlos de la roca y diferentes componentes que lo rodean), procedimiento que genera líquidos tóxicos que se derraman por los cauces de ríos y napas de la montaña, lo cual configura otro problema ambiental.
La minería no genera más que unos pocos puestos de trabajo, todos temporales, que en comparación con los perjuicios que causa a las economías regionales, muestra una balanza que no justifica la especial promoción de sus emprendimientos. Entonces, si los beneficios no son mayores que los perjuicios, y los problemas que suscita tienen una grave proyección temporal ¿por qué continúan proliferando tales inversiones? Y aquí entra en juego el problema político.
Estas grandes corporaciones ejercen una fuerte presión, por medio de corruptelas varias, sobre autoridades encargadas de autorizar su funcionamiento (basta ver el giro de 180 grados en el discurso del gobernador de La Rioja) y sobre medios de comunicación para que no se difundan las voces de los ciudadanos que se alcen contra sus proyectos. Para terminar de enmarcar la cuestión baste recordar que el 80% del oro extraído en el mundo tiene como destino final las bóvedas de los bancos y las grandes casas de relojes y otros artículos suntuosos en países del primer mundo. Solo el 20% del total extraído se utiliza para ciertos componentes de computadoras y otros artículos electrónicos. A cambio de ello, el tercer mundo carga con un gran pasivo ambiental y ningún rédito económico. (María Laura Lapalma).
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