No es la contradicción una tendencia
social ni política, no tiene iniciales ni concluye en un evento
desestabilizador. Es una ley de la naturaleza y se ajusta a todos los planos de
la vida. Así en lo material como en los fenómenos de la sociedad. Nos compete
como comunicadores poner en evidencia las contradicciones que gravitan en torno
a nuestro desarrollo, en todos los aspectos. No negamos una posición al
respecto, pero no es el tema cuando se trata del resumen activo, vivo, de una memoria
colectiva.
Y tampoco es uniforme el movimiento
que se le opone. Nuestra tan balbuceante burguesía ha descubierto que tiene el
mando del país sin opositores organizados, audaces en sus propuestas de cambio
y transformación: los partidos burgueses desaparecieron, al calorcillo de la
herencia, se desintegraron, y los de izquierda se apartaron de las masas. Por
ello la persecución política en torno a las ideas, principalmente aquellas que
proponen un tratamiento científico, político, transformador de la realidad.
Pero éste también es un telón para
ocultar el temor al debate, a la lucha por sostener una alta argumentación. Estos
son los tiempos que demandan que el trigo se separe por fin de la paja, y los
sectores democráticos de la sociedad peruana aún consientes de su papel abran paso
a una mirada crítica y autocrítica sobre los acontecimientos todavía
irresueltos de la historia reciente. Los sucesos de corrupción divulgados en
estos días por parte de las fuerzas armadas en temas de logística
antisubversiva ponen en relieve la existencia de un parapeto contra todo lo que
signifique mirar frontalmente no sólo el tema de la reconciliación nacional
sino también aquellos que demanda la constitución respecto a los derechos
fundamentales en general.
En tal dispersión, pareciera que la
inercia, el desasosiego, o la teoría del “piloto automático” se impone cuando
se carece de iniciativa, cuando preferimos amoldarnos a las circunstancias y
evitar las contradicciones porque alguna instancia superior así lo establece y
contra ella mejor es guardar silencio para no “quemarse”, para mantenerse en
ese limbo que no es ni frio ni
caliente.
Mientras tanto, las masas que nunca
han exigido más que lo justo, lo necesario, aquello que les permita su cabal protagonismo,
continúan en su brega, esperando quién las guie en sus luchas y les dé el rumbo
correcto. Para ellas, esta absurda disyuntiva en la que son desafiados los
limeños, entre revocadores y no revocadores, también carece de fundamento y en
su práctica cotidiana va elevando su conciencia transformadora y la necesidad
de gestar la unidad que al parecer ni la llamada izquierda ni la dizque
verdadera izquierda quieren ver.
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