En los años
posteriores a la guerra interna, con la instalación del neoliberalismo, la
bombarda cultural que más ha calado en el espíritu de muchos es el “exitismo”.
En la cultura del
triunfador, puño cerrado y dedo pulgar en alto, todos queremos ser exitosos.
Pero, como sabemos, la consumación de las metas está llena de avances y
retrocesos, de victorias y reveses. En la reciente circunstancia de captura y
detención de “Artemio”, el gobierno lució con gran alarde el acontecimiento,
pero se necesita estar muy poco enterado para comprender que éste es apenas
eslabón de un conjunto de sucesos cuyo líder más importante está detenido e
incomunicado desde 1992. Él es quizá el preso político más aislado del mundo. Y
hay una gran resistencia a escuchar sus opiniones al respecto. Nos referimos al
Dr. Abimael Guzmán Reinoso. Y más recientemente, otra vez las voces
victoriosas, con el propio conductor del gobierno a la cabeza, elevaron el
triunfalismo a niveles siderales para expresar la recuperación de los
trabajadores rehenes en el VRAE, sin condiciones y sin sangre derramada.
Pero la verdad se
impone, y ahora resulta que la operación ha significado desapariciones, muertos
y numerosos heridos, y sobre todo la sensación de que el problema de la
insurrección armada sigue latente en el Perú. Es cierto que los intereses en
juego, de partes que lucran con esta circunstancia, hacen que esta sensación se
multiplique y no se quiera ver las verdaderas dimensiones de la realidad, es
decir, la necesidad de resolver de manera política el complejo eco y
repercusión que aún hasta estos años trae consigo el conflicto iniciado en los
años 80 y que tuvo como protagonistas, de un lado al Partido Comunista del Perú
y de otro al Estado peruano.
Esa necedad, esa
terca necedad, sostenida hace muchos años por parte del Estado, es la verdadera
responsable de los costos posteriores al fin del conflicto, porque no es con
estrategias militares que pueden cerrarse las heridas evidentemente aún
abiertas y que actualmente sólo sirven para justificar la pérdida de vidas
valiosas, convertidas pronto en héroes gratuitos que nadie va a seguir, que
nadie va a admirar, porque la evidencia palpable de la sociedad peruana es la
necesidad de una pacificación que provenga de una auténtica reconciliación
nacional. Y ello sólo es posible no quedándose en la adjetivación del
contrario, sino yendo al fondo del problema,
No es con persecución
o con omisión al oponente, no es con “inteligencia” militar, vale decir con
soplonería y delación, que pueden resolverse los problemas sociales que agudizan
la vida cotidiana de los peruanos, sino con una actitud política que permita
reconocer quién es quién en el propósito de construir una nueva sociedad. A
pesar de todas las dificultades y limitaciones, es en este propósito que se inscribe
esta modesta publicación.
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