Por Emilia Rázuri
Pocos lugares hay en el mundo tan
llenos de historia y testimonios vivos de su riqueza cultural. Ese es el Perú,
y es grato ver que una nueva corriente redescubre estos espacios para el regocijo de los peruanos y
extranjeros de hoy. Es verdad que Cuzco y Puno son los hitos más recorridos por
el turismo y el interés nacional e internacional, a causa del impacto de sus
vestigios y de engranajes comerciales ya establecidos, pero hay muchos otros
puntos, de gran sencillez pero de similar efecto si se trata de reconocer que
aquí convergen todos los tiempos, todas las atmósferas, todos los idiomas, como
en el Aleph de Borges.
MÓRROPE, EN EL CORAZÓN DEL NORTE
En el norte del país, en Lambayeque,
hay un pueblo que se jacta de ser el último bastión de la cultura Mochica.
Mórrope es un pueblo antiquísimo, cuyo nombre en muchik (idioma ancestral ya
desaparecido) es “murrup”, como el susurro de las iguanas y está ligado al
territorio “felam” que quiere decir “casa grande”. Floreció como parte de la cultura
Lambayeque o Sicán, entre los años 700 a 1375 dc., y sus pobladores actuales reclaman
ser herederos de los mochicas. Allí pueden verse, como parte de sus vidas
cotidianas, por ejemplo, telares con antiguas técnicas heredadas de los
mochicas, cerámicas con recursos de “paleteado”; una culinaria incomparable
donde entre muchos platos y bebidas, destaca la chicha de jora que era símbolo
del poder político; también lugares arquitectónicos como “La Ramada”, templo
que data de 1751 construido sobre lo que fue un adoratorio indígena, luego
cementerio morropano y después capilla cristiana.
Este doble valor cultural hizo que la
World Monuments Fund reclamara su especial atención y cuidado. También en la
iglesia mayor, construida en el siglo XVIII con criterios coloniales, resaltan
sus retablos hechos de yeso policromado y en estilo barroco, como sus púlpitos
de madera tallada, por lo que fueron declarados patrimonio cultural nacionales.
Pero lo que destaca principalmente en
Mórrope es la gente que a pesar de todas las dificultades propias de una ciudad
que relumbra en medio del arenal, sin mucha agua, con tan poca electricidad, sin una
industria que acoja a su juventud, persiste en el optimismo y redobla sus
esfuerzos para enfrentar el porvenir.
CORACORA, CAPITAL DE PARINACOCHAS,
AYACUCHO
Coracora, a 3,273 m de altitud, debe
su nombre a los pastos naturales que cubren las pampas y los cerros, ofreciendo
una admirable vista: significa “yerba abundante”.
Es la capital de Parinacochas, que durante
el imperio inkaiko fue capital del Contisuyo. La hermosa laguna de Parinacochas
tiene 12 km de largo por 9 km de ancho, donde pueden verse las aves llamadas flamencos
o parihuanas dominando el cielo y las orillas. Así mismo, una gran religiosidad
convierte cada 5 de agosto a Coracora en un gran escenario festivo con mucha
asistencia por la fiesta de la Virgen de las Nieves, con conjuntos de música de
danza como los Llameros, los Negritos, lidias de toros, peleas de gallos de
gran competencia. Además, hay una gran producción minera, y en las actuales
circunstancias también mucha pobreza.
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