Este político, teórico y
revolucionario francés (Saint Quentín 1760-París 1797), también conocido como
Gracchus, vivió uno de los momentos más complejos y brillantes de la humanidad:
la revolución francesa. Dotado de un espíritu rebelde e inconforme, participa
decididamente en la movilización social que le tocó vivir. En 1789, cuando las
cargas impositivas siguen agobiando a los ciudadanos, desde su proyecto “Cadastre
Perpétuel” (Catastro Perpetuo), propone una reforma fiscal igualitaria, la
organización de la sociedad sobre la base del trabajo en común y defiende el
desarrollo de la revolución, incluso con el empleo de la violencia y la
necesidad de un periodo de dictadura. Desde “El Tribuno del Pueblo”, publicación
que dirige y que alcanza gran difusión, Babeuf abogó firmemente por la
abolición de la propiedad privada, como de toda heredad sobre la tierra, pues
estaba convencido que solamente colectivizando la propiedad el pueblo tendría prosperidad.
Ante el creciente afianzamiento de la burguesía francesa en el poder, estas
ideas le significaron cárcel y dura persecución. En 1796, apartado de todo
cargo público, junto a otros revolucionarios, desarrolla su labor política de
manera clandestina, concentrado en una campaña destinada a agitar y levantar a
las clases populares para derrocar al Directorio (órgano ejecutivo del nuevo
gobierno francés). Entonces, el ejército del Interior, es decir la policía,
tenía como jefe a Napoleón Bonaparte. Pronto, todos los insurrectos son
detenidos, y Babeuf es ejecutado.
Babeuf es considerado como uno de los
primeros teóricos del socialismo y un predecesor del comunismo. En las primeras
líneas de su “Manifiesto de los Plebeyos” (1), escribió:
Ciudadano:
“Lejos de los defensores del pueblo,
lejos del pueblo mismo, esta diplomacia, esta pretendida prudencia
maquiavélica, esta política hipócrita que no es buena más que para los tiranos,
y que en estos últimos tiempos emplean los patriotas, les ha hecho perder los
frutos más bellos de la victoria del 13 Vendimiario. Reflexiones, fundadas
sobre todos los ejemplos, me han dado la convicción, de que, en un estado
popular, la verdad debe aparecer siempre clara y desnuda. Siempre hay que
decirla, hacerla pública, hacer al pueblo entero confidente de cuanto concierne
a sus intereses más importantes. Las circunspecciones, los disimulos, los
apartes, entre las camarillas de hombres selectos y pretendidos reguladores, no
sirven más que para matar la energía, falsificar la opinión, hacerla fluctuante,
incierta, y, de ahí, despreocupada y servil, y dar así facilidades a la tiranía
que puede organizarse sin obstáculos. Eternamente convencido de que nada grande
se puede hacer sin contar con el pueblo, creo que es necesario, para hacerlo,
decirle todo, mostrarle sin cesar lo que hay que hacer, y temer menos los inconvenientes
de la publicidad de que disfruta la política, y contar más con las ventajas de
la fuerza colosal que evita las trampas de la política... Hay que calcular toda
la fuerza que se pierde dejando a la opinión en la apatía, sin alimento y sin
objetivo, y todo lo que se gana activándola, esclareciéndola y mostrándole un
objetivo.”
(1) “El Manifiesto de los Plebeyos”
Babeuf a Fouché de Nantes. París, 17 Brumario, año 4 de la República, apareció en
el número 35 de El Tribuno del Pueblo, del 9 Frimario, año IV (30 de noviembre
de 1795). En el sumario de dicho número presentó Babeuf el “Manifiesto” como
“Compendio del Gran Manifiesto para proclamar y restablecer la Igualdad de
hecho. Necesidad para todos los franceses privilegiados de retirarse al Monte
Sacro o de la formación de una Vandea Plebea”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario