En estos días se han reportado en Lima insólitos casos de violencia, de adultos contra niños, de niños contra niños, y hasta del Presidente del Perú contra un joven que lo acusó de decir en voz alta lo que todos queremos gritar: “¡corrupto!”. La violencia subyace en nuestras conductas cotidianas. Solamente una actitud ponderada, superior, puede elevar esta energía y convertirla en caudal organizador. Pero soltar un despropósito, agredir abusivamente, aprovecharse del otro, siempre revela conductas patológicas, deseos insatisfechos, frustración y vacíos muy profundos.
En la sociedad atrasada en la que vivimos, donde se cultiva a destajo el individualismo, abierto o encubierto, bajo el telón de una cultura feudal que, por ejemplo, explica que en octubre miles de personas marchen penosamente tras un ídolo llamado “señor de los milagros”, y al mismo tiempo invoquemos a la “modernidad”. No es pues del todo desatinado suponernos, en mayor o menor grado, potenciales pacientes del psiquiatra. El esfuerzo de las personas por plasmarse, por concretarse, en proyectos realizables, autosostenibles, de utilidad pública, tiene en contra el desaliento generalizado que viene de un sistema basado en el egoísmo, en el desorden, en la ausencia total de planificación, una cultura que se muerde la cola.
La neurosis es un componente cotidiano de la vida social en el Perú contemporáneo. Antes se creía que ésta tenía un origen neurológico, pero ahora se sabe que procede de una falla a nivel psíquico, emocional o psicosocial. Es decir, un sistema que no satisface a sus habitantes, lo que hace es embalsar sus emociones, y cultivar un constante estado defensivo. Todos andamos alerta porque el peligro acecha por todos lados y no confiamos ni en nuestra propia sombra. No importa si para discurrir en este ambiente tengamos que pisotear al otro, mentir, es decir, garantizar a toda costa nuestra pobre existencia. Y la ansiedad es el ánimo constante.
La educación que muchos recibimos tenía, por otra parte, un componente de irracional violencia. Todavía en algunos mercados de Lima y del país vemos “chicotes”, látigos para flagelar a los niños. Recién ahora se prohíbe la violencia contra los niños, pero esa era la forma en la que de manera “natural” nos educaron muchos de nuestros padres, descargando sus propias frustraciones sobre nuestros lomos. Y cuanto peor si con una actitud sádica, después nos consolaban con regalos o caricias, llenos de arrepentimiento o de llanto. La violencia irracional nos vuelve irracionales, fronterizos, bipolares.
En estos tiempos es necesario ajustarnos a nuestras justas medidas, la pertenencia a nuestros conjuntos así lo demanda. Asumir responsablemente nuestras tareas, no inventándonos lo que no somos, sino lo que afirmamos, lo que nos vuelve creativos, nos enriquece y nos permite respirar profundamente. La sociedad neoliberal seguirá creando sus dioses, sus fantasmas, y seguirá condicionando la mente de nuestros jóvenes, pero nosotros proponemos el camino adecuado, con nuestros ejemplos, con nuestras conductas dispuestas al trabajo, principalmente. (M.G.)
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