1 de agosto de 2012

LA CIVILIZACIÓN DEL ESPECTÁCULO

NUEVO LIBRO DE MARIO VARGAS LLOSA
“Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.”
FEUERBACH, “La esencia del Cristianismo”
“Los filósofos no han hecho más que interpretar
de diversos modos el mundo,
pero de lo que se trata es de transformarlo”.
MARX, “Tesis sobre Feuerbach”

El papel de la cultura, como hecho antropológico, en el mundo contemporáneo es el tema del último libro de Mario Vargas Llosa, presentado como “La civilización del espectáculo”. En él, lamenta con pesadumbre que la cultura ya no tiene la dimensión social que tuvo cuando él era estu­diante, en los años 60 y 70. “¡Nos habíamos amado tanto!”, le faltó decir, pero se sobreentiende que extraña los tiempos en los que los intelectuales fueran líderes de opinión política adhiriendo a los movimientos revolucionarios de aquellos tiempos. Vargas Llosa denuncia con gran emoción que aho­ra se ha impuesto una cultura adulterada donde el entreteni­miento se ha convertido en un bien supremo, donde domina una frivolidad y banalización, que ya no pretende trascender en el tiempo.

“La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y progra­mas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su in­teligencia y su razón. Se ha visto esto no solo en las eleccio­nes de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España”, afirma Vargas Llosa, y ello se debe, según él al “desplome de una alta cultura” que –aunque elitista- antes cumplía el rol de sensibilizar a los seres humanos y de dotar de conciencia a la“intelligentsia”, el círculo de intelectuales vigilantes del buen funcionamiento de la sociedad.

En la “postmodernidad”, con el dominio de la ima­gen, la pantalla, el sonido, ha sucumbido la palabra y el pen­samiento como organización de la filosofía para dar lugar a una cultura del placer, del goce, es decir, de un hedonismo ilimitado donde todo puede ser arte y nada lo es. Donde el embaucador puede ser el más aplaudido, se apena Vargas Llosa.
Este es pues el escenario cultural del mundo desde su singular óptica, y a nuestro modo de ver, Vargas Llosa se limita a reconocerla, pero dada su conocida militancia en el orbe político internacional no quiere reconocer res­ponsabilidad de esta situación. Porque no puede separarse el concepto cultura de su base social y política, y cuanto menos en un momento y en un mundo como éste cuando, por efecto de los estertores del capitalismo se llevó a gra­dos superlativos la ponderación del mercado y que, como correlato de ello, las últimas décadas y probablemente las próximas sean el marco de la caída final, de una cultura -efectivamente y también- del sistema capitalista.

La agudización de la lucha de clases en los años que añora Vargas Llosa y en los que él mismo optara por su labor como intelectual, le exigían a éstos una posición frente a la necesidad de la transformación social. Muchos se quedaron en el camino, él se pasó a las filas del enemigo, y estimulado por los premios y elogios, comenzó a denigrar los caminos que corresponderían a la construcción de una nueva sociedad y una nueva cultura. En el momento actual, la propuesta cultural imperialista de la globalización em­pieza a fracturarse también en sus conceptos en la misma proporción que la crisis general tiene en vilo a más de la mitad del mundo, y la ola de recesión, de desocupación y de respuesta sostenida de las masas es palpable.

Ahora que los campos se delimitan más y más, los sensatos productores de cultura miran con recelo la seudo democratización que viene con lo mediático, se ponen a buen recaudo de las pantallas fantásticas aunque tomen de ellas lo que puede ser útil, y vuelven a la genuina y artesana manera de comunicarse con un pueblo que no se ve retra­tado en ese espejo, porque mirando con ojos de ver sola­mente encuentra allí su caricatura, una ambigüedad que no le pertenece y la endeblez de espíritu que caracteriza a los hijos de la burguesía. ¿Qué obra cultural de trascendencia puede estimular el egoísmo y la vanidad? (A.M.)

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