Se
avizora un nuevo momento en las relaciones sociales en Europa. Las masas toman
las calles a expresar su protesta, la organización se vislumbra como una necesidad.
Reseñamos las opiniones del francés Jacques Ranciére (Argel, 1940), filósofo
contemporáneo de formación Marxista.
¿Cómo
describiría usted el momento que estamos viviendo en Europa? En todas partes de Europa, los
gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas, aplican el mismo programa de
destrucción sistemática de los servicios públicos y de todas las formas de
solidaridad y protección social que garantizaban un mínimo de igualdad en el
tejido social. Y en la masa del pueblo sometida a una precariedad sistemática y
desposeída del poder de decisión, se dan condiciones de un escenario de
manifestación frente a los aparatos de dominación. Es necesario que éste sea
convertido en una palanca capaz de modificar la balanza de fuerzas modificando
el propio paisaje de lo perceptible y lo pensable.
¿Qué
piensa en concreto del caso español? Europa
presenta situaciones muy diferentes. En España ciertamente se cumplen esas
condiciones de forma más evidente: el movimiento 15-M ha puesto claramente de manifiesto
la distancia entre un poder real del pueblo y unas instituciones llamadas
democráticas pero de hecho completamente entregadas a la oligarquía financiera
internacional. Falta otra condición: la capacidad de transformar un movimiento
de protesta en una fuerza autónoma no sólo independiente del sistema estatal y
representativo, sino asimismo capaz de arrancar a ese sistema la dirección de
la vida pública. En la mayor parte de los países europeos aún nos encontramos
lejos de la primera condición.
¿Qué
deberíamos hacer con los partidos políticos actuales? Los partidos políticos que hoy
conocemos son aparatos destinados a administrar el poder. Un renacimiento de la
política pasa por la existencia de organizaciones colectivas que se sustraigan
de esta lógica, que definan sus objetivos y sus propios medios de acción,
independientemente de las agendas estatales, construyendo una dinámica propia,
espacios de discusión y formas de circulación de la información, motivos y
formas de acción dirigidos al desarrollo de un poder autónomo de pensar y
actuar.
Usted
ha escrito que durante los últimos 30 años hemos vivido una contrarrevolución.
¿Esta situación ha cambiado con estos movimientos populares? Algo ha cambiado desde la Primavera
Árabe y los movimientos de los indignados. Se ha producido una interrupción de
la lógica de resignación a la necesidad histórica preconizada por nuestros
gobiernos y sostenida por la opinión intelectual. Desde el colapso del sistema
soviético, el discurso intelectual contribuía a secundar de forma hipócrita los
esfuerzos de los poderes financieros y estatales para hacer estallar las
estructuras colectivas de resistencia al poder del mercado. Este discurso había
terminado imponiendo la idea de que la revuelta no sólo era inútil, sino
también perjudicial. Sea cual sea su porvenir, los movimientos recientes
habrán, cuando menos, puesto en tela de juicio esta supuesta fatalidad
histórica. Habrán recordado que no tenemos que vérnoslas con una crisis de
nuestras sociedades, sino con un momento extremo de la ofensiva destinada a
imponer en todas partes las formas más brutales de explotación; y que es
posible que quienes son el 99% hagan oír su voz frente a esta ofensiva.
Filósofo Jacques Ranciére |
¿Qué podemos hacer para recuperar los
valores democráticos? Primero
sería preciso ponerse de acuerdo en lo que llamamos democracia. En Europa nos hemos
acostumbrado a identificar democracia con el doble sistema de las instituciones
representativas y las del libre mercado. Hoy este idilio es cosa del pasado: el
libre mercado se muestra cada vez más como una fuerza de constricción que
transforma las instituciones representativas en simples agentes de su voluntad
y reduce la libertad de elección de los ciudadanos a las variantes de una misma
lógica fundamental. Recuperar los valores de la democracia es, en primer lugar,
reafirmar la existencia de una capacidad de juzgar y decidir, que es la de todos,
frente a esa monopolización. Es reafirmar asimismo la necesidad de que esta
capacidad se ejerza a través de instituciones propias, distintas de las del
Estado.
¿Cuáles
son las consecuencias de esta crisis para la cultura? La situación actual es una crisis
donde el poder del capital sobre la sociedad se manifiesta en el individualismo
consumista. En este marco, la cultura se presenta a la vez como el tejido de
experiencia común amenazado, invadido por los valores mercantiles, y como la
instancia encargada de poner remedio a los efectos de esta invasión, de volver
a tejer las desgarradas redes del vínculo social. Desde mi punto de vista, en el
poder capitalista no hay ningún papel particular que atribuir a la cultura como
entidad global. Y lo que hoy domina la escena son, en gran medida, las
celebraciones culturales oficiales y los discursos intelectuales supuestamente críticos
pero realmente sometidos a la lógica oficial. (Público.es de España, revista
virtual)
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