Hasta
los años 70 no había rutas que comunicaran la pista Panamericana con los
pueblos del interior de Lambayeque y Chiclayo. De manera que muchos de estos
pueblos, como es el caso de Mórrope, permanecieron aislados, preservando sus
viejos hábitos y costumbres, así en la agricultura, como en la pesca, en la artesanía
como en la preparación de sus platos. Esto ha llevado a suponer que aquí se
encuentra “el último bastión mochica”. Conversamos con algunos de sus
protagonistas.
Carmen Santisteban (73) es un artesano del barro. Con sus
laboriosas manos y sus rudimentarias herramientas de madera, “paletea” la
arcilla hasta lograr la forma de enormes tinajas, siguiendo la tradición que
heredó de sus ancestros mochicas. “Yo he trabajado en las haciendas, bajo la
orden de los patrones, en el trasplantado del arroz. Después vi que la gente
compraba mucho las vasijas, y volví al conocimiento que aprendí de niño.
Primero se amasa el barro, se mescla con arenilla, se hace la torta, se moldea
con las herramientas, es como una danza alrededor del cilindro de barro, hasta
que se levanta más y más, y se llega al acabado, debe secar unos quince días,
luego entra al horno, allí sale rojo. Esto es alfarería, con motor humano, nada
más. Ahora vienen de colegios y universidades a buscarme, y yo siento mucho
orgullo por esta herencia”.
Marleni Bances (34) es una agricultora morropana dedicada
a la hilandería y el tejido en todo su proceso, desde la siembra del algodón hasta
la confección de alforjas, carteras, vinchas y hasta aretes, entre otros muchos
productos hechos a mano en su telar artesanal. Sabíamos que hasta hace unos
años el algodón peruano era muy valorado, especialmente en su variedad “pima”,
que en realidad era la exigencia del mercado internacional. Lo que no sabíamos era
que el algodón en Mórrope, de acuerdo a los tejidos mochicas encontrados en las
excavaciones, podía tener múltiples colores, y no solamente el blanco.
“Las plantas de algodón pueden durar,
como éstas, unos tres años o más, pero hay que cuidarlas de un gusanito que las
malogra. Se podan y empiezan a dar de nuevo, florean y ofrecen su pepinito, de
donde sale una motita de varios colores, puede ser blanco, pardo, colorado,
morado, crema o verde. Nosotros hemos recuperado las semillas de este algodón,
y el hilado que hacemos en un telar como éste, que viene de nuestros
antepasados, es muy fino. Puede ser que demoremos más que un proceso
industrial, pero es muy fino. Y la gente nos pregunta qué tintes usamos, pero
como pueden ver éste es el color natural del algodón”.
Rosa Farroñán (63) es heredera de un conjunto de
conocimientos de raigambre mochica, pero también es una típica morropana. Estas
dos características se unen en el dominio de la preparación de los platos
típicos del lugar, así como en el tejido y la hilandería. Antigua vecina de
Huaca de Barro, aspira pronto cobijar en un albergue a quienes se interesen en
conocer la historia viva del pueblo morropano, bastión mochica.
“Nuestra cocina se hace con leña como
en la antigüedad, con ollas de barro, donde se sirve el matecito, el motecito,
la cancha, el pescado y el pato. Aquí tostamos la cancha en arena, sin aceite,
la raya seca y asada es también propia de aquí, como el mote arrecho de maíz
blanco. Las mujeres de Mórrope seguimos las costumbres en la comida, los
tejidos en algodón nativo, ayudamos al esposo a cultivar la tierra, a sembrar.
La chicha de jora no puede faltar en la mesa. Los turistas llegan aquí, donde
no hay cemento, sino una vida sana y al aire libre, y en mi casita pronto
tendrán un albergue para que conozcan mejor nuestra tierra moropana”. (M.G.)
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