1 de noviembre de 2012

MÓRROPE. RUTA TURÍSTICA ARTESANAL MOCHICA


            Hasta los años 70 no había rutas que comunicaran la pista Panamericana con los pueblos del interior de Lambayeque y Chiclayo. De manera que muchos de estos pueblos, como es el caso de Mórrope, permanecieron aislados, preservando sus viejos hábitos y costumbres, así en la agricultura, como en la pesca, en la artesanía como en la preparación de sus platos. Esto ha llevado a suponer que aquí se encuentra “el último bastión mochica”. Conversamos con algunos de sus protagonistas.


Carmen Santisteban (73) es un artesano del barro. Con sus laboriosas manos y sus rudimentarias herramientas de madera, “paletea” la arcilla hasta lograr la forma de enormes tinajas, siguiendo la tradición que heredó de sus ancestros mochicas. “Yo he trabajado en las haciendas, bajo la orden de los patrones, en el trasplantado del arroz. Después vi que la gente compraba mucho las vasijas, y volví al conocimiento que aprendí de niño. Primero se amasa el barro, se mescla con arenilla, se hace la torta, se moldea con las herramientas, es como una danza alrededor del cilindro de barro, hasta que se levanta más y más, y se llega al acabado, debe secar unos quince días, luego entra al horno, allí sale rojo. Esto es alfarería, con motor humano, nada más. Ahora vienen de colegios y universidades a buscarme, y yo siento mucho orgullo por esta herencia”.



Marleni Bances (34) es una agricultora morropana dedicada a la hilandería y el tejido en todo su proceso, desde la siembra del algodón hasta la confección de alforjas, carteras, vinchas y hasta aretes, entre otros muchos productos hechos a mano en su telar artesanal. Sabíamos que hasta hace unos años el algodón peruano era muy valorado, especialmente en su variedad “pima”, que en realidad era la exigencia del mercado internacional. Lo que no sabíamos era que el algodón en Mórrope, de acuerdo a los tejidos mochicas encontrados en las excavaciones, podía tener múltiples colores, y no solamente el blanco.
“Las plantas de algodón pueden durar, como éstas, unos tres años o más, pero hay que cuidarlas de un gusanito que las malogra. Se podan y empiezan a dar de nuevo, florean y ofrecen su pepinito, de donde sale una motita de varios colores, puede ser blanco, pardo, colorado, morado, crema o verde. Nosotros hemos recuperado las semillas de este algodón, y el hilado que hacemos en un telar como éste, que viene de nuestros antepasados, es muy fino. Puede ser que demoremos más que un proceso industrial, pero es muy fino. Y la gente nos pregunta qué tintes usamos, pero como pueden ver éste es el color natural del algodón”.


Rosa Farroñán (63) es heredera de un conjunto de conocimientos de raigambre mochica, pero también es una típica morropana. Estas dos características se unen en el dominio de la preparación de los platos típicos del lugar, así como en el tejido y la hilandería. Antigua vecina de Huaca de Barro, aspira pronto cobijar en un albergue a quienes se interesen en conocer la historia viva del pueblo morropano, bastión mochica.
“Nuestra cocina se hace con leña como en la antigüedad, con ollas de barro, donde se sirve el matecito, el motecito, la cancha, el pescado y el pato. Aquí tostamos la cancha en arena, sin aceite, la raya seca y asada es también propia de aquí, como el mote arrecho de maíz blanco. Las mujeres de Mórrope seguimos las costumbres en la comida, los tejidos en algodón nativo, ayudamos al esposo a cultivar la tierra, a sembrar. La chicha de jora no puede faltar en la mesa. Los turistas llegan aquí, donde no hay cemento, sino una vida sana y al aire libre, y en mi casita pronto tendrán un albergue para que conozcan mejor nuestra tierra moropana”. (M.G.)

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