Cuando yo estaba en la universidad empezaron a producirse
series policiales peruanas, con episodios escritos por autores como Alonso
Cueto y Mario Vargas Llosa; hasta donde yo recuerdo fueron éxitos, como lo fue
La torre de Babel, el magazín cultural del mismo Vargas Llosa, y tres o cuatro
programas de preguntas y respuestas: ¿en qué momento se jodió la tele?
Según
me parece, la tele peruana no se jodió porque la gente protestara contra la insólita
arrogancia de quienes produjeron esos programas inteligentemente propuestos; la
gente no salió a las calles a pedir basura; los peruanos no echaron sus
televisores por la ventana, hastiados de que las cadenas se empeñaran en darles
algo de cultura; los canales no bordearon la quiebra por su terca insistencia
en mantener un cierto nivel de decoro en su programación.
La
televisión peruana, oh casualidad, se fue al diablo en el mismo periodo en que
los dueños de los canales empezaron a venderse como boletos de tómbola a la
mafia de Fujimori y Montesinos: en la época en que desde los conductores de
talk shows como Laura Bozzo hasta los animadores de concursos como Raúl Romero,
los periodistas de investigación como Nicolás Lúcar o Álamo Pérez Luna y hasta
el hombre del tiempo, Abraham Levy, empezaron a hacer cola en las oficinas de
Vladimiro Montesinos.
En
otras palabras, la idea de que la televisión en el Perú está natural y
esencialmente obligada a la idiotez, la superficialidad, la chabacanería, la banalidad
y la irreflexión no fue nunca una exigencia de los peruanos: fue una de las
necesidades elementales en el proyecto de estupidización pública del
fujimorismo, parte del mismo proyecto que dejó en el marasmo a nuestra
educación escolar y en la semirruina a la universidad peruana y que convirtió a
nuestra prensa escrita en una deplorable inmundicia.
Y
en algún momento los peruanos tendremos que decidir si vamos a permitir que
sujetos como Fujimori y Montesinos y el resto de su mafia determinen el curso
de nuestra vida cultural en el futuro, con las oscuras decisiones que tomaron
años atrás. Por lo pronto les digo algo: que gente involucrada en nuestra
esfera cultural, como Morella Petrozzi, caiga en la tentación de sugerir que la
estupidización es inevitable, que la banalidad es el irremediable formato de
nuestro futuro, es un síntoma atroz, un signo de que cada vez estamos más y más
hundidos, más alegremente hundidos en nuestra propia mediocridad.
Gustavo Faverón. Lamula.pe
(Fragmento del
texto “La caja y los bobos”
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